Dormía allí, desnuda, abrazándose las piernas. Yo amaba en ella una alegría de animal joven y al mismo tiemp amaba el presentimiento de la descomposición, porque también ella había nacido para deshacerse y me daba lástima que nos pareciéramos en eso. Se le veía en la piel del vientre, que estaba como raspada por un peine de metal. ¡Esa mujer! Algunas noches le salía luz de los ojos y ella no sabía.

Me alzo, entonces, y clavo la espátula en esa víscera roja y desgarro la tela de arriba abajo. Después de matarla, me acesto boca arriba jadeando como un perro.
Pero no puedo dormir. Lentamente voy sintiendo que vuelve a nacer en mí la necesidad de parirla. Me pongo un abrigo y me voy a beber vino a los cafetines del puerto.
[Vagamundo y otros relatos.-Eduardo Galeano]
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